Si nos dejan, el musical que transporta al público hasta México
La historia es la que todos conocemos. Dos jóvenes enamorados que prometen quererse para siempre. Pero no pueden. Este es el melodrama que el director mexicano José Manuel López escogió para crear ¡Si nos dejan!, un musical que nada tiene que envidiarles a aquellos que se presentan en Broadway.
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La idea de la obra es, precisamente, volver al cliché antes de que fuera cliché. A las películas mexicanas de los años cuarenta y cincuenta, a María Félix, a Jorge Negrete. Volver a escuchar a José Alfredo Jiménez: «Amanecí otra vez entre tus brazos y desperté llorando de alegría», o a Pedro Infante: «Dicen que no comía, no más se le iba en puro llorar…».
José Manuel López buscaba que las personas que vivieron esa época la recordaran y se conmovieran de nuevo. Quería también que las nuevas generaciones entendieran el origen de esa tradición mexicana que les ha llegado en retazos, diluida por el tiempo. Por eso, emprendió una investigación exhaustiva alrededor del cine y de la música de los años cincuenta. Escuchó cientos de canciones y escogió las precisas para hilarlas dentro de una estructura narrativa. Luego trabajó de la mano con el director musical buscando la armonía. Que los saltos entre el texto hablado, y entre una y otra canción sonaran bonito, sobre todo. Lo cuenta Agustín Ocegueda, el director residente y encargado de que todo funcione cuando López no está.
Para ellos, López y Ocegueda, lo más importante eran las voces de los actores. Voces que sonaran a ranchera: «Esas voces de macho que cuando se vulneran o se enamoran se vuelven aterciopeladas», apunta Ocegueda. Luego se sumó la actuación. Miradas furtivas, movimientos agrandados y tonos que, aunque nos resulten ahora exagerados, reflejan de manera precisa el estilo de su tiempo. Incluso, sostiene Ocegueda, los actores de ¡Si nos dejan! ensayaron bajo la referencia de que estaban siendo grabados por una cámara. López ubicaba una imaginaria en la escena y ellos manejaban su cuerpo con respecto a ella.
Lo más interesante, tal vez, de la puesta en escena es que en ella no se esconde el artificio. Cada movimiento es abiertamente teatral: es evidente que son actores los que mueven las llantas de los carros, por ejemplo, y que son ellos mismos quienes construyen los lugares donde se desarrolla la historia. Lo demás se complementa con proyecciones sobre telas que suben y bajan según el caso. Todo se acopla a la perfección. El video, los movimientos, la actuación, la música. Gracias y a pesar del artificio, uno cree. En todo. Por dos horas y veinte que dura el espectáculo, uno está en México y tararea, en la cabeza, aquellas canciones que ha escuchado desde siempre.