Recordamos a Fanny Mikey en las palabras de su hijo Daniel Álvarez

Se cumplen cinco años de la muerte de Fanny Mickey, directora del Teatro nacional y motor principal del Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá. Por esa razón, rescatamos el texto que escribió su hijo Daniel Álvarez Mickey, portada para la edición del 21 de agosto del 2008.

Por Redacción Cromos

16 de agosto de 2013

Recordamos a Fanny Mikey en las palabras de su hijo Daniel Álvarez
Recordamos a Fanny Mikey en las palabras de su hijo Daniel Álvarez

Recordamos a Fanny Mikey en las palabras de su hijo Daniel Álvarez

"Detrás de la empresaria inagotable estaba la mamá juguetona, directa y cariñosa que contenía las lágrimas en los malos ratos, y la ‘niña malcriada’ que él intentó criar." Recuerdos de un hijo que vino al mundo a desacelerar un huracán de pelo rojo.

 

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Fanny Mikey con el pequeño Daniel, cuando los carros y los muñpecos eran parte de sus juegos.

 

“Me gustaría decirle a Fanny: te voy a contar un cuento de buenas noches para que te duermas. Y comenzaría a hablar de una historia de amor en la que una mujer tuvo un hijo y luego fue al revés: yo intenté criar a mi mamá y no pude. Con toda su mala crianza me enseñó a ver la vida con otros ojos, a afrontarla, a ser apasionado por todo. Y esa es una historia linda para que se quede dormida.

Esta semana fue muy berraco sentir el vacío. La primera ausencia fue la llamada de cada mañana. Desde niño siempre entraba al cuarto como un huracán, me saludaba y preguntaba qué iba a hacer. Cuando ya vivía solo, me llamaba a las ocho de la mañana a preguntar lo mismo. Sólo quería saber si tenía algo que hacer. Al final llamaba más tarde y entonces me decía ‘no es hora para que estés en la casa’.

Estos días me he despertado como a las cuatro de la mañana y después de dos semanas en Cali, me doy cuenta de que estoy en Bogotá. Y cierto, Fanny no está. Sueño con lo que ha pasado, siento que me abraza y veo que la gente la corea. Pero esto sólo me corrobora que no habrá llamada de ella.

 

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No tengo recuerdos de nosotros con mi papá (Enrique Álvarez) porque se separaron antes de que yo tuviera dos años. Desde que tengo memoria siempre estábamos los dos. Yo la acompañaba a su trabajo, llevaba mis carros, y eso comenzó a ser mi rutina. No existió la Fanny empresaria y la otra cabeza del hogar. Conmigo hacía unas cosas como si estuviera en el teatro y en el teatro como si fuera en la casa.

En los juegos era mi payaso, yo la dirigía y ella hacía lo que yo le dijera. Comenzó porque ella remedaba situaciones y los fines de semana que no andaba en cualquier pueblo estábamos viendo televisión. A mí me gustaba ver los comerciales y, por ejemplo, ella me repetía las frases finales y yo me moría de la risa. Nunca me habló como le hablan a los niños, su acento ya era chistoso, pero siempre fue cariñosa y cuando llegaba tarde nunca dejó de ir a verme, darme un besito y arroparme.

 

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 En Cali, Fanny fue la primera en usar bikini en la terraza del hotel Aristi. Daniel vivió con sus atrevimientos y eso era lo que los diferenciaba.

De su familia sólo me decía que estaba en Argentina, que me querían mucho y que acá no estábamos solos porque nuestros amigos eran la familia. A mí no me gustaba mucho ser protagonista de sus cosas, como cuando iba a acompañarla a sus café conciertos y sus obras, porque me dedicaba la función y todos me miraban. Ahí me di cuenta de que era una mujer con mucha influencia en la gente.

Siempre fue directa cuando le preguntaba cosas de niño. Una vez le pregunté por qué era morenito y tenía los ojos achinados, y ella respondió que era porque nací acá y ella era argentina. Me dijo: ‘Fue una semillita mía que pusieron en la barriga de otra señora y así naciste tú’. Nunca entendí. Comencé a enterarme de mi adopción porque le preguntaban si sabía algo de mis papás. Lo dijo en televisión pero nunca me lo confirmó, creo que le daba miedo de que se dañara la ilusión.

 

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 Su pasión fue el teatro, hizo papeles dramáticos y cómicos.

La ponían feliz las cosas simples pero lo expresaba más con hechos de madre. En los últimos años me decía ‘tú me salvaste la vida, si no te hubiera tenido no sabría qué habría pasado’, pero no se extendía en eso. Una vez ahorró plata, aprovechó que la habían invitado a Europa a ver cosas para el Festival y me llevó. Yo tenía 15 años y ese viaje cambió toda nuestra relación, dejé de sentirme niño consentido. Claro que no era la más pedagógica. Me explicaba ‘este es El Ermitage que era el palacio del zar, pero sólo vamos a ver esto... este cuadro es maravilloso por esto...’ y luego decía ‘tú volverás y mirarás con calma, pero aprovechemos el tiempo’.

Le encantaba organizarme fiestas, a mí no me gustaba mucho, y ojalá lo más chifladas posibles. Le gustaba que yo fuera como ella y eso sí nos diferenció mucho. Si no me afeitaba me decía ‘me gusta esa barbita porque te ves perversito’. Disfrutaba viéndole la cara a uno cuando los meseros cantaban el Happy birthday.

Cuando estaba triste no le gustaba hablar, manejaba la cosa para olvidarlo rapidísimo. La vi muy triste cuando comenzaron a morirse sus amigos: Feliza Burstyn, Tito de Zubiría, Rita de Agudelo, pero contenía las lágrimas. Me acuerdo de que lloró mucho cuando murió su mamá. En los últimos años la pillé llorando y decía que uno llega a una edad en la que se siente así.

 

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A Fanny le agradezco lo que nos dio a todos: las ganas de vivir. Es cliché y lo peor es que a veces uno no lo practica, ella fue más visionaria que El secreto. Era un espíritu muy joven en cuerpo adulto y eso la deprimió al final. Por eso, trataba de alargar el día, que no se le acabara.

Desde pequeño el consejo fue el mismo: ‘Ama lo que haces y hazlo bien, y no te juntes con gente mezquina, desleal y negativa’. Yo siempre le peleé porque trabajaba mucho y me respondía: ‘No me hinches las pelotas’. Un día dije que yo vine al mundo para desacelerarla y después ella lo repetía orgullosa, pero me peleaba por mi tranquilidad, por mi ritmo.

 

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Creo que estaba satisfecha, cumplió sus sueños. Su gran tragedia fue que no tuvo más tiempo para inventarse más cosas. Curiosamente hablaba de la muerte, pero en momentos felices, y decía ‘nunca dejes esto’. Cuando brindábamos me miraba con una cara que sólo hacía ella, como desesperada porque la iba a dejar el tren y me insistía: “No te olvides de esos momentos”.

Fanny detestaba estar enferma porque se sentía disminuida. Tenía una lógica maravillosa: ‘Huy, me levanté tan bien y contenta que no me voy a tomar esa pastilla’. Lo que sí seguía al pie de la letra eran los tratamientos estéticos, era muy vanidosa, caminaba en bola por la casa y se masajeaba las tetas, yo le decía que la iban a ver y se burlaba: ‘Ay, mi niño es moralista’.

 

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No llorábamos juntos, o lo hacía ella o yo. Me enseñó a eso, a tratar de estar feliz siempre. Yo le decía Fanny porque no quería que me vieran solo como su hijo o como el niño consentido. A ella le encantaba y contaba: ‘El niño me dice Fanny’, pero de vez en cuando me regañaba: ‘¡Me puedes decir mamá!’.A ella en un comienzo le molestó que yo tuviera un hijo porque yo estaba muy joven, y pensaba que coartaría mucho mi vida. Después Nicolás empezó a conquistarla, era como cuando uno pone dos niños chiquitos juntos, que medio se hablan y juegan. Después le encantaba estar con él, dormían juntos y como que empezó a sentir y a vivir lo mismo que cuando yo estaba chiquito.

Era como una mamá-hija, me convertí en su papá. En el fondo, comenzó a gustarle que la llamara y estuviera pendiente de ella, y aunque hizo lo que se le daba la gana, le fascinaba que yo la jodiera. No puedo decir que era una mamá como todas. Era mi niña, le decía por qué sales tanto, por qué haces esto… Era tan despelotada que de manejar grandes proyectos pasaba a no poder hacerlo con el control remoto, y me llamaba a las once de la noche y a decirme que tenía un problema gravísimo: ‘No tengo nada de sueño y quiero ver televisión y no me sirve el control’.

 

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 Junto a Pedro I. Marínez, el amor por el que llegó a Colombia.

Fanny era muy impaciente, tenía que hacer las cosas ya. También estaba en el límite de lo ofensivo cuando estaba brava, era como estrategia para ver si uno se ponía pilas. Cuando gritaba y uno le decía cálmate, respondía: ‘No estoy gritando, es mi tono actoral’.

Creo que no me faltó decirle nada, por eso estoy tranquilo. Escuchaba mis críticas y me decía puede ser, pero eso sí, no daba la razón. Tuvo muchas equivocaciones pero lo bueno es que se reivindicaba. Nunca en la vida llegó a decir lo siento y se justificaba diciéndome que le tocaba ser dura porque si no, yo no reaccionaría.

 

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Ella nunca me preparó para nada, ni para su muerte. Durante esos días pensé mucho que iba a estar bien, y me repetí que sería así porque yo soy el amor de Fanny”.  

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"Era un espíritu joven en cuerpo adulto y eso la deprimió al final. Por eso, trataba de alargar el día".

Por: Guido HoyosFotos: Archivo Cromos

Por Redacción Cromos

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