El hombre de Concéntrese

Más allá de ser pionero de los concursos y de los musicales, Julio Sánchez Vanegas enseñó en televisión cómo hacer empresa. Álbum familiar y profesional en sus 80 años.

Por Redacción Cromos

01 de septiembre de 2010

El hombre de Concéntrese

Como todos los pioneros de la televisión, Julio E. Sánchez Vanegas empezó en la radio. Era apenas un adolescente cuando le pagaba con tinto a un muchacho de apellido Herrera para que lo dejara salir al aire por unos minutos en La Voz de la Víctor. Deseaba ser locutor y presentar sus propios programas, pero aún era un estudiante del colegio Agustiniano que jugaba en la Selección Nacional de Baloncesto y se embelesaba con la poesía y la música clásica.

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Fue inquieto casi desde su nacimiento, ocurrido en Guaduas en julio de 1930. Apenas se graduó de bachiller, intentó ser piloto de combate. Alcanzó a acumular varias horas de vuelo bajo la tutela del general Camilo Daza, el gran precursor de la aviación militar en Colombia, antes de sucumbir ante los micrófonos. En 1949 entró como locutor a la emisora 1.020, haciendo un programa de poesía y música clásica que cambió al poco tiempo por La hora costeña, un show en vivo con las orquestas del momento.

Luego entraría a la emisora Nueva Granada como el reportero Esso, donde empezó a ganar fama con sus frases célebres. “El primero con las últimas” sería el primer eslogan en su larga vida ante los micrófonos. Para hacer el programa, que duraba cinco minutos y se emitía tres veces al día, la multinacional lo envió a Nueva York a un curso de locución.

Por aquel entonces llegó la televisión, el invento mágico que revolucionó la vida de los colombianos. Y ese 13 de junio de 1954 fue la cara de Julio Sánchez Vanegas la primera en aparecer en los aparatos que el general Gustavo Rojas Pinilla había mandado traer para la ocasión. Desde ese día, cuando ejerció como maestro de ceremonias, el joven locutor se convirtió en el vocero de los actos del gobierno y acompañó al dictador durante los eventos públicos.

Con la caída del régimen, Sánchez Vanegas se fue a México y creó un programa (debía emitir a la medianoche porque siendo extranjero no le era permitido hacerlo en el día) en el que entrevistaba a las figuras de la música mexicana. Un día, hablando con Rosita Quintana, conoció al gerente de Colombia Pictures, esposo de la cantante, quien lo llevaría al día siguiente al fascinante mundo del cine, del que siempre había estado enamorado. Alcanzó a hacer dos películas y a conocer de cerca la fama al lado de José Gálvez, un colombiano que era una verdadera celebridad.

Justo cuando empezaba a escalar su camino al estrellato, volvió a Bogotá a encontrarse con su destino. Vino para asistir al funeral de su hermana y decidió quedarse para casarse con su novia de toda la vida. Después de un breve paso por una agencia de publicidad, volvió a sus andanzas en las emisoras Nueva Granada y Nuevo Mundo. Pero la televisión lo embrujaba y su cabeza estaba trabajando en nuevas creaciones.

“Yo duré muy poco como empleado”, dice con cierta picardía. Durante los 61 años que ha trabajado en los medios, demostró que efectivamente no nació para serlo. Su visión para los negocios emergió muy rápido y en 1958 surgió su primera creación: Radio Monserrate. Era la primera emisora de música estilizada, un invento que podía calmar su frustración por no haber logrado que el pueblo aceptara la música clásica.

De ahí en adelante, cada idea, cada programa, significaría una revolución. Julio Sánchez se obsesionó con la idea de llevar los concursos a la televisión y fue el pionero de los musicales. Su visión lo llevó a encontrar el negocio detrás de cada programa. Por ejemplo, para hacer Casa Club, uno de sus primeros concursos, se asoció con un empresario de finca raíz que patrocinaba y entregaba los premios.

Con la misma fórmula e ingenio creó Concéntrese, el concurso que lo haría pasar a la historia y que entregó la más grande bolsa de premios del momento (incluía un carro). También creó El cheque escondido, El club de la juventud, El club de las preguntas, con jugosas recompensas. Al mismo tiempo, estaba inventando diferentes formatos de musicales. El primero fue Proyección musical, después El programa de Otto y Julio, Postales colombianas y Espectaculares JES, con el que, además de conocer a las más famosas estrellas del momento, pudo recorrer el mundo.

Es entendible cuando explica que dejó la radio porque en la televisión estaba ganando más dinero. ¡Cómo no! Si fue uno de los primeros en ganar licitaciones y en convertirse en programador. Pero además, descubrió que el negocio estaba en aliarse con empresarios del espectáculo para traer al país a los grandes artistas del momento y tenerlos en sus programas.

Fue un visionario cuando se le ocurrió irse a recorrer el mundo grabando a los artistas populares de 70 países y llevando a su vez sus programas para dar a conocer a los músicos colombianos del momento. En semejante correría se ganó el premio Ráduga, en 1977, otorgado por los televidentes de la Unión Soviética al mejor programa entre 31 países competidores.

Sabía dónde estaban las oportunidades y no desaprovechaba sus viajes para hacer contactos. Cuando fue a Estados Unidos se contactó con la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y consiguió en exclusiva los derechos de transmisión para Colombia de la entrega de los Premios Oscar y de Miss Universo. Un día, estando al lado de las mujeres más bellas del planeta en Atenas, se despidió diciendo: “Hoy desde Grecia, mañana desde cualquier lugar del mundo”. Ese fue su sello.

Con sus cuatro hijos creó un emporio llamado Producciones JES con el que se ganó 320 premios nacionales, entre ellos Antena, India Catalina, Simón Bolívar, TV y Novelas, por la realización de programas y comerciales de televisión. Su ritmo de vida fue imparable hasta hace cinco años cuando, según cuenta, decidió dedicarse a vivir.

Habla sin resentimientos de la entrada en operación de los canales privados hace 10 años, que afectó a su empresa y casi lo deja por fuera del negocio: “No tengo la culpa de no tener billete como ellos”. Su productora aún existe aunque ya no produce. Él sigue yendo a su oficina, vestido con su impecable traje de corbata desde las 10 de la mañana hasta las cinco de la tarde. No se resigna a jubilarse, no quiere quedarse en su casa hundiéndose en el tedio. “Estoy satisfecho con todo lo que hice, no me faltó nada”, dice rodeado de premios y diplomas colgados en las cuatro paredes de su oficina. "Ahora que lo pienso, no sé a qué horas ni cómo hice todo eso que le acabo de contar. Es que la juventud es muy atrevida”.

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