Mercedez Salazar: “Lo popular es raíz y es espejo”

Mercedez Salazar: “Lo popular es raíz y es espejo”

Cuando pienso en cultura popular se me viene a la cabeza la palabra raíz. Las preguntas ¿de dónde vengo?, ¿quién soy? Son las arandelas que tiene mi país y que lo decoran.

Y cuando quiero traer imágenes de mi memoria, evoco los íconos religiosos con los que hemos crecido, como el Divino Niño, del barrio 20 de julio. O las marcas que nos han acompañado como Chocorramo, la chocolatina Jet o los dulces de Coffee Delight. Los avisos de las tiendas como ‘Se hace cualquier cosa’, ‘Se venden empanadas’, ‘Se venden minutos’, que son los nuevos elementos de nuestra identidad popular, acorde a nuestros tiempos. Estamos rodeados de ella por todos los frentes y eso es lo que hace a nuestro país tan especial.

A mí de Colombia hay algo que me emociona a donde voy y son las tiendas móviles. Me llega al alma ver una bicicleta llena de ollas, que vende comida, o un carro que va por la autopista cargado de frutas o de elementos para la casa, uno no entiende cómo le caben tantos objetos, pero al mismo tiempo uno quisiera acompañarlo en su recorrido, desde que el carro está desocupado, cómo lo llena, a dónde va a venderlos y cómo interactúa con las personas que se convierten en sus compradores ocasionales… Siempre me he preguntado cómo se hace una vida alrededor de esas tiendas móviles. O qué pasa con el vendedor de merengón en la carretera, el de la milhoja de la 82, que se para junto al mejor centro comercial de Bogotá a vender su dulzura. Colombia está llena de este tipo de expresiones y cada región tiene sus iconos particulares.

Me traslado al Eje cafetero con sus yipaos. Bogotá con su 20 de julio. Buga con el Señor de los Milagros, porque el tema religioso y la cultura popular están muy cerca.

Lo popular llegó a mi arte joyero de una forma más necesaria que intencional, si lo pienso desde el espíritu del artista. Siempre trato de recuperar mis raíces, saber de dónde vengo, para dónde voy, quién soy, porque me siento 100% colombiana. Las historias me atraen profundamente, entonces me reconozco como una persona que trabaja por Colombia, que trabaja con colombianos, aprecio el trabajo de nuestros artesanos e indígenas. ¡Lo llevo en la sangre! Entonces cuando encuentro pequeños objetos que representan estas historias, involucrarlos en mi trabajo es superfácil, como me pasó con los colmillos pequeños, que son la contra del mal de ojo de los indígenas, o el mini puño, que guardan la energía.

En mi más reciente colección estoy usando las flores de plástico de la 53, en Bogotá. Me fascinaron como una forma de recuperación de objetos que en algún momento de la vida los has calificado de lobos, pero que llevados a otro contexto se convierten en algo estéticamente bello. Algo parecido a lo que hace uno de mis artistas favoritos, Alberto Baraya, quien volvió las flores de plástico una obra de arte perfecta.

Veo los objetos, logro sacarlos de donde están e interpretarlos en mi cabeza, un proceso de abstracción para saber qué me sirve y en qué lo voy a convertir. Como las flores plásticas, que las tomé en ramilletes en la 53 y hoy están en anillos y en maxi aretes.

Esa es mi gran pasión: la posibilidad de recorrer calles y mercados, encontrar objetos y tener la capacidad de sustraerlos e interpretarlos. A eso, creo, se llega con sensibilidad, con amor, con el gusto de admirar las cosas simples. Se trata de escuchar lo que esos objetos tienen para decirte. Las nuevas generaciones están buscando sus raíces, y para lograrlo se “untan” de esas manifestaciones del arte popular, que es la mejor manera de resumir una sociedad: cómo somos, qué nos gusta, cuáles son esos elementos que nos identifican.

Foto: Juan José Horta.