"Para llegar a la paz, hay que aprender a volver a confiar", Immaculée Ilibagiza

Hace 22 años sobrevivió al infierno en Ruanda, hace diez se atrevió a escribir su propia versión de los hechos.

Por Jairo Dueñas

01 de octubre de 2016

"Para llegar a la paz, hay que aprender a volver a confiar", Immaculée Ilibagiza
"Para llegar a la paz, hay que aprender a volver a confiar", Immaculée Ilibagiza

Leemos todos los días las noticias más bárbaras y luego de un ligero estremecimiento, con nuestra dosis cotidiana de pesimismo, la vida continúa a pesar de todo. Somos testigos del espectáculo del mundo, aunque hay demasiada distancia entre el escenario de las tragedias modernas y nuestra silla dentro del público. El asombro es parte de la rutina, pero también la indolencia. Fatídica mezcla.

 

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Sin embargo, todo cambia cuando nos sentamos a conversar con una víctima de una de esas historias que percibimos en forma distante; y la miramos a la cara y olemos su perfume y escuchamos su dolor con sus propias palabras y podemos sentir muy cerca su fragilidad y su entereza. La realidad deja de ser una sombra ajena y se convierte en humanidad que nos mueve y conmueve por el simple hecho de sentarse a hablar con nosotros.

 

Inmaculée es una mujer Tutsi que a los 23 años sobrevivió al genocidio en Ruanda en 1994, y ahora con 45, como embajadora de Naciones Unidas, su misión es compartir con el mundo su dura experiencia. Cuando la saludo reconozco su perfume, La vie est belle, y al final de esta charla sus labios muy rojos me enseñan las dos palabras que marcaron su destino, Ububabare y Kubabarira, así suenan el dolor y el perdón en lengua africana.

 

Ya pasaron 22 años de su tragedia en Ruanda, ¿hoy para usted qué es vivir en paz?

Para mí vivir en paz es saber que nadie te está persiguiendo para matarte, saber que no me tengo que esconder. No estoy segura de entender la política colombiana, sin embargo, tengo el presentimiento de que, al igual que Ruanda, en Colombia están cansados de los problemas de la división, entonces creo que eso debe llevar a la gente a intentar hacerlo. El país está construyendo un inicio, el firmar la paz es el inicio de la reconciliación y después hay que hablar, la gente tiene que aprender a volver a confiar, la gente tiene que aprender a trabajar unida. Es una travesía y yo creo que la gente la quiere.

 

Alguna vez usted dijo, abro comillas: “al principio estaba furiosa y enojada y pensaba, cuando salga arrojaré granadas en toda Ruanda, haré volar nuestro país”. Cuénteme de esa rabia inicial, antes del perdón.

¡Me salió del alma cada palabra! Es que estaban matando a mis papás, a mi mamá, yo no podía creerlo y tal vez fui la única de la familia que escapó. Estaban matando a mi tribu entera. Pensé en Schwarzenegger, en Rambo, quería ser así, ponerme tatuajes y ser grandota. Cuando yo dije eso, estaba pensando en hacer lo mismo para igualar lo que estaba viendo. Me acuerdo que yo estaba tan furiosa que odiaba a todo el mundo. Seguía respondiendo a esos pensamientos tan horribles y, de hecho, seguía indefensa, escondida en el baño, aun cuando en mi mente yo era un monstruo.

Cuando viene el perdón, viene esa capacidad de razonar, cómo puedo odiar lo que Hitler hizo y ahora quiero ser Hitler y peor. El perdonar me liberó de lo malo y me salvó de muchos errores, gracias a Dios estaba encerrada en el baño y no podía hacer todo lo que estaba pensando, porque de lo contrario habría salido a matar.

 

¿Mataron a toda su familia?

Salvo un hermano, que estaba por fuera del país en ese momento. Mataron a mis padres, a mis dos hermanos, abuelos, tías, tíos, muchísimos primos. Acuérdate que borraron el pueblo, mi casa, la casa de mi tío con sus hios, la casa de la abuela y los abuelos y sus tres hijos, todo desapareció, fue como un capítulo que uno lee en un pésimo libro. Ahora, yo sé que eso ha pasado en otros países y en otros pueblos, como los judíos, pero cuando uno lo vive en carne propia, cuando uno ve que esa es su realidad, y lo ve en todo el país, porque durante tres meses lo único que ocurrió fueron matanzas. No había supermercado, no había bancos, no había nada de nada, no había transporte público, simplemente buscaban gente para matarla, “tenemos que acabarlos”, era todo lo que uno oía. Fue una pesadilla total.

“El perdonar me liberó de lo malo y me salvó de muchos errores, gracias a Dios estaba encerrada en el baño y no podía hacer todo lo que estaba pensando, porque de lo contrario habría salido a matar”.

 

¿Cogieron a los asesinos de su familia?

A uno de ellos sí sé que lo cogieron. Sé que cogieron a uno y murió en la cárcel dos años más tarde. Era una persona normal, no lo pudo soportar, se vestía bien, tenía un buen trabajo, una familia linda y ahora estaba en la cárcel y era una persona un poquito mayor y la verdad no lo soportó. Murió por problemas del hígado.

 

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¿Lo conocía?

Era amigo de la familia, de hecho yo había ido a su casa, me había sentado en su mesa y había jugado con sus hijos y nunca habíamos tenido un problema. Él tenía un cargo público y había sido profesor en un momento dado.

 

¿Y le vio a la cara después de eso?

Fui a visitarlo a la cárcel.

 

¿Qué puede conversar una víctima con su verdugo?

Fue una discusión, casi que en silencio, pero llena de emociones. La verdad yo fui a verlo porque quería sentir paz, quería estar segura de que ya había sanado.

 

Descríbame ese encuentro.

Él tenía los pies hinchados, estaba flaquito, con la camiseta rasgada, fue una imagen espantosa. Yo lo había conocido, vestido de saco y corbata. Ahora él estaba así, quizás por todo el mal que había hecho. Tenía una actitud de que nada le importaba y yo le dije que lo perdonaba, y cuando le dije esas palabras él se cubrió el ostro, lo tomó por sorpresa.

 

¿Y de verdad no hubo rabia?

Obviamente me duele, siento rabia, sin embargo, cuando lo vi, pensé en él, en su mujer, en sus hijos y vi lo inútil que era todo ese odio, todo el esfuerzo suyo por hacerme esto. Me di cuenta en lo más profundo de que no tenía ni siquiera un buen plan, o sea que él no ganó, perdimos todos. Lo vi como víctima de sus propios actos.

 

Muchos quieren perdonar, pero no saben cómo hacerlo. ¿Un consejo para esas víctimas atrapadas en su rabia?

Simplemente, saber que es posible perdonar, yo creo que ese es un paso muy certero. Aun cuando uno no haya estado ahí, no haya vivído esa experiencia, uno puede aprender de otros, puede leer la historia de otros que han perdonado, por ejemplo, lo que yo viví o vivieron Mandela o Gandhi o La Madre Teresa. Cuando yo empecé a querer perdonar, las cosas habían sido tan terribles que a mí se me había olvidado sonreír, me estaba consumiendo ese odio del malo y me acuerdo que le pedí a Dios para volver a ver lo bueno en la gente.

 

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Para los que no profesan su fe, pero que igual quieren perdonar, ¿algún consejo para ellos?

Les diría que estén dispuestos a poner en práctica esa regla de oro que dice: “Hazle a los demás lo que quieres que te hagan a tí”. Mira al padre que tiene dos hijos, el uno que hace cosas malas y el otro que hace cosas buenas, el padre sigue sintiendo amor por el que hace las maldades, entonces hay que pensar en esa clase de amor.

 

"Escribir fue muy doloroso"

Despues de lo vivido hace 22 años, ¿son muchas las entrevistas como esta?

Especialmente en los últimos diez años, posteriores al libro.

 

Ah, claro, después de Sobrevivir para contarlo.

Si, ahí fue donde empecé todas las entrevistas. La verdad las charlas se desprenden de mi libro y la gente, obviamente, después de leer mi libro me invita a hablar y, en otras ocasiones, escuchan mi charla y salen a comprar el libro.

 

¿Qué proceso es más doloroso: escribir el libro o cada vez que se enfrenta a un público diferente con su historia?

Yo te diría que escribir el libro fue muy doloroso, porque no sabía qué esperar y tampoco estaba segura de si iba a publicarlo. Quise escribir para el bien de mis amigos que también estaban sufriendo, y para la gente que conocí a través de Naciones Unidas, que me contaban sus penas. Cuando yo les contaba mi historia, entonces decían: “¡Wow! Puedo sobrevivir a cualquier cosa, yo puedo volver a ser feliz independientemente de lo vivido”. Eso me intrigó porque podía darse esta reacción luego de una historia como la mía. Cuando estaba escribiendo, la verdad no estaba muy segura de si el dolor iba a desaparecer. No fue fácil. En cuanto a las charlas, las primeras fueron difíciles y, después de eso, fueron alegría con algo de sufrimiento, pero sentí pasión por la gente que se me acercaba a decirme: “Gracias, después de oír tu charla perdoné a mi mamá, volví a estudiar, retomé mi vida...”. Ese tipo de comentarios me energiza y me ayuda a volver a dictar mis charlas. Sí, yo diría que escribir fue mucho más doloroso.

“Yo no me siento más afortunada que los que murieron, simplemente siento que tengo trabajo por hacer”.

 

¿Cuánto duró escribiendo el libro?

El primer borrador me tomó tres semanas. Se me volvió una obsesión, escribía, escribía y escribía. Me daban las dos de la mañana, recuerdo que mi jefe se tomó unas vacaciones de tres semanas, y yo aproveché día y noche para escribir. Fue agridulce, había momentos en que lloraba porque me hacían falta mis padres, pero en mis recuerdos los volvía a ver y eso era muy bueno. El segundo borrador me tomó tres meses, en los que corregí la parte gramatical. Ya después todo me sabía a cacho, no quería seguirlo haciendo. Posteriormente, contacté una casa editorial y trabajé con un editor especializado. Nos tomó un mes trabajar la edición del libro.

 

De ese primer borrador al libro ya editado, ¿quedó igual?

La verdad, lo recortamos a la mitad. Porque el editor me dijo: “mira, aquí tenemos material para dos libros, tenemos que parar en alguna parte”. Esa es la razón por la que tengo dos libros sobre el genocidio: Sobrevivir para contarlo y Guiada por la fe.

 

Siempre los libros empiezan por una frase que se repite y se repite en la cabeza del autor, ¿Cuál fue esa frase para comenzar a escribir su historia?

Bueno, yo no sé si es una frase, lo que yo quería contar a la gente es: “Dios mío, Dios existe”, quería contar que existe el poder en la oración, porque han sucedido tantos milagros. Yo sabía que tenía que contar toda la historia, pero eso era lo que yo quería decir: “ten esperanzas, no te preocupes, no importa qué tan malas o peligrosas sean las cosas, pon de tu parte, haz lo tuyo”.

 

En esa história tan dura suya, de 91 días encerrada en el baño de una iglesia, con seis mujeres más, mientras oían cómo asesinaban a su familia, cuando habla de milagros, ¿se refiere a esos episodios que la hicieron invisible frente a los agresores?

No solamente eso, porque es que yo te estoy hablando, por ejemplo, cuando salimos del baño y estábamos ahí en medio de todos esos agresores… Yo todavía recuerdo a uno de ellos mirándome a la cara, con un machete en la mano. Ya no estábamos escondidas, yo tenía en la mano el rosario que mi padre me había dado. “Dios mío, tú no me trajiste aquí a que yo muriera, a que me asesinaran después de protegerme 3 meses, tiene que haber una razón para que me hubieras protegido”, decía yo. Y ahí estaba yo frente a este hombre, con un machete ensangrentado en la mano, como si nada lo fuera a detener. Recuerdo, no tanto decir una oración, sino mirarlo a la cara y pensar: “este hombre tiene mamá, tiene papá, tiene que tener algo de humano, no es un animal”. Rezaba por él, por ese agresor, él es un hombre bueno, claro que ahí estaba diciendo: “váyase, lárguese de ahí”. Y el tipo se hizo a un lado y se quedó mirándome. De hecho yo digo que se sintió apenado.

 

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¿Y ahí paró el peligro?

De ahí nos encontramos con un bloque de otros soldados, casi como guerrilla, pero era gente de mi tribu y nos apuntaron con sus armas y nos dijeron: “ustedes son nuestros enemigos”. No teníamos papeles para demostrarles que éramos víctimas, nos insultaron. Recuerdo yo diciéndoles: “¿saben qué? Máteme, ya, dispáreme, suficiente, yo llevo más de tres meses en estas, ustedes son de mi tribu y supuestamente me deben defender. Yo soy una de ustedes y no tengo nada para demostrárselos”. Ellos desistieron en cuestión de minutos. Uno de los soldados había sido estudiante de mi mamá, llegó y los encontró con un arma apuntándome a la cabeza, los cogió a patadas y les dijo: “no sean brutos, no la maten, ella es una de nosotros. Yo pensaba “¿aquí hay un ángel alrededor mío?”.

 

¿Qué más pasó por su cabeza?

Fueron muchas cosas, en momentos como ese uno se da cuenta de lo agradecido que uno puede estar en la vida por los pequeños detalles: el aire, el poder hablar sin que alguien te quiera matar, entonces empecé a ver todo como si fuera oro. Ahora no me siento más afortunada que los que murieron, simplemente siento que tengo trabajo por hacer y creo que el cielo es mejor y uno tiene que creer en el cielo. Le rogué a Dios que me salvara y la verdad es que me salvó. No sé cómo funciona, pero yo si vi la mano de Dios, tantas veces en mi vida, y estoy convencida de que esa misma mano de Dios está en la vida de todo el mundo.

 

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Estuvo encerrada mucho tiempo con otras mujeres, ¿se volvieron a ver? ¿Supo luego de sus vidas?

Sí, de hecho me volví a encontrar con ellas justo después del genocidio. Durante el encierro, estábamos asustadísimas, luego salimos el primer día a averiguar por nuestras familias y lloramos como locas. Tres días más tarde nos separaron y, a los diez años, las volví a ver. Nunca supe sus nombres, ni dónde vivían, ni quiénes eran.

 

¿Qué ocurrió para que se volvieran a ver diez años después?

¿Te acuerdas del programa Sixty Minutes de Estados Unidos? Bueno, ellos fueron los que me llevaron de regreso a Ruanda y contrataron una persona que durante un mes sacó anuncios por radio para encontrarlas y las encontraron. Nos hemos vuelto a ver, es una relación rarísima, porque tú sabes, antes las vi asustadas, llorando, y ahora son personas que ríen y uno a veces siente como que no las conoce. Es lo más extraño, una persona que estuvo contigo 3 meses, petrificada, imagínate, no es fácil. Uno no puede echar para atrás y borrar ese momento, mejor dicho, vimos una persona que llegó a pesar 45 kilos y nos volvemos a encontrar y ahora pesa 90. Ya han cambiado, ahora ríen, bromean, ¿me entiendes? No es que seamos íntimas amigas, hay algo extraño, no es que podamos conversar y reír después de haber estado encerradas durante tres meses. De hecho, una de ellas y yo fuimos más cercanas, pero murió hace un par de años por enfermedad, y fue con la que hice clic. Tal vez algo pasó con la que me pude hacer amiga inmediatamente, pero a las otras dos, las veo y son mujeres tímidas, miran el piso, son de mirada esquiva, son personas diferentes.

 

¿En esos 91 días encerradas nunca hablaron?

Nunca hablamos, es que recuerda que el día que entramos al baño de esa casa de cuatro habitaciones, el hombre tenía diez hijos y había otras personas. Había dos baños, a nosotros nos encerró en uno y le dijo a los demás que había perdido la llave y nos advirtió: “miren, donde ustedes hablen, ojo con soltar el agua de la cisterna, porque donde las oigan...”. Sus niñitos se sentaban en la puerta del baño y nosotras, petrificadas, congeladas, sin movernos, solamente hablamos cositas como: “¿oíste un movimiento?”. Nos sentimos como si entre todas fuéramos una sola persona, la verdad no necesitábamos hablar, estábamos unidas por el silencio.

 

¿Ninguna quiso contar su historia como lo hizo usted?

Ellas contaron su historia a través de la entrevista de Sixty Minutes, pero eso fue todo, jamás escribieron un libro, ¿curioso verdad? Somos todas diferentes. Una vez la mayor me dijo: “¿Cómo puedes olvidar y los puedes perdonar así de fácil?”. Mi travesía de crecimiento hacia el perdón fue mía, la mayoría desconoció esa transformación y, lo que ellas vivieron, nunca lo supe.

 

"Por la radio llegó el oído"

Algunas leyendas comparan a Ruanda con el paraíso, ¿qué sucedió para que se convirtiera en el infierno que usted vivió?

Fueron los líderes del país los que lo ocasionaron. Mejor dicho, todo el mundo en Ruanda tenía su radio y fue a través de este medio que difundieron el odio hablando mal de la otra tribu. La gente nunca creyó que eso pudiera suceder, porque la gente era buena, les entregaron machetes y nos tomaron por sorpresa. En tres meses mataron a un millón de personas. Pero, como te estaba diciendo hace un rato, nadie gana en una guerra, todos sufren, tal vez a los que murieron les fue mejor que a los que seguimos vivos y no solamente a los que sobrevivieron de mi tribu, sino a los de la otra tribu porque la gente que ocasionó este genocidio se fugó del país. Creo que ni ellos mismos pensaron que el mundo les iba a gritar, se fueron para el Congo, muchos de ellos terminaron en la cárcel, todo porque alguien los llevó a esa guerra. Una de las personas que impulsó esta matanza está purgando pena capital, estará en la cárcel hasta que se muera. Naciones Unidas también los juzgó. En Ruanda ninguna de las dos tribus está deseosa de repetir lo que pasó.

 

¿En algún tiempo los Hutus y los Tutsis fueron hermanos?

Sí, como en este momento somos hermanos, no es que fueran todos los Tutsis contra los Hutus o todos los Hutus contra los Tutsis, fueron algunos Hutus que utilizaron la guerra por su deseo de hacerse al poder. Muchos decían “¿pero cómo son nuestros enemigos?”. No lo entendían y, poco a poco, los fueron trabajando; no es que los Tutsis se creyeran mejores…hasta que algunas personas simplemente reaccionaron matándolos.

 

En ese hablar por la radio para incendiar el odio también se hablaba de que los Tutsis tenían rasgos de blancos, contrario a los Hutus ¿Había algo de eso?

Hubo de eso y, como ve uno en todas partes, es decir en todos los países, hay unos que vienen del norte y otros del sur, sus rasgos cambian de una región a otra. Entonces sí, tal vez había diferencias en los rasgos, pero eso realmente nunca fue problema hasta tanto los líderes empezaron a utilizarlos. Y otra cosa que hicieron, fue tan terrible que los periodistas se hacían los borrachos al aire y decían cosas como “un día de estos los vamos a matar a todos y vamos a matar a sus hijos”.

 

¿Eran periodistas borrachos o haciéndose los borrachos?

No, haciéndose los borrachos, fingiendo, simplemente para insultar por transmisión nacional. Fingían estar borrachos para insultar y decían cosas como: “resulta que no son seres humanos, parecen vacas, tienen cuernos”, y se reían. Recuerda que esto eran los Hutus hablando de los Tutsis y la gente no podía responder porque simplemente estaban en sus casas, oyendo la radio. De hecho, llegó un momento en donde nuestros amigos nos veían y se burlaban a carcajadas. “¿uy, oyeron la última que dijeron de ustedes?”, hasta que uno lo único que puede hacer es esquivar la mirada, mirar hacia abajo, lo que quisieron hacer fue promover el rechazo hacia el prójimo.

 

Inconcebible que algo tan simple e inocente como es la palabra, sea la semilla de todo este genocidio.

Literalmente, fueron las palabras. Los ruandeses jamás se habrían odiado los unos a los otros si no hubiera sido por esas palabras incendiarias.

 

En vísperas de un proceso de paz en Colombia, hay muchos ataques con palabras, de lado y lado. ¿Qué consejo nos da con esa experiencia suya relacionada con las palabras y el odio?

La situación acá es diferente a la que teníamos en Ruanda, en ese momento teníamos dos estaciones de radio y ambas eran de propiedad del gobierno malo, es decir eran propiedad de dos generales. Alguien hace poco nos dijo algo hermosísimo, a mi marido Paul y a mí: “Las palabras dibujan imágenes en la mente. Si uno pinta una mala imagen, entonces hay que pintar una imagen hermosa para borrar la mala”. Esto es una lucha, es una lucha de la palabra, pero hay que utilizar buenas palabras, lo podemos hacer en nuestro país, podemos dialogar, podemos hablar, el perdón se puede dar, no es cuestión de castigar, eso no es lo mejor. En Ruanda tuvimos 40.000 personas que liberaron de las cárceles y, ¿por qué las soltaron? Porque esas fueron las personas que aceptaron su error. Yo conocí a uno de ellos y esta persona me dijo: “no puedo dormir, no puedo conciliar el sueño porque yo maté, tengo pesadillas sobre lo que he hecho”. Mira, hay gente que ha hecho el mal y con el peso de su conciencia basta y, si su crimen no los está molestando hoy, los va a molestar en algún momento. Obviamente, tiene que haber discernimiento, pero para que eso se dé se necesita la buena voluntad de desear el bien para el país y de querer ser positivos. Para eso hay que usar palabras buenas.

 

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"Las personas buenas no claudican"

Hoy es madre de dos hijos, ¿qué edad tienen?

Son adolescentes, tienen 17 y 14 años.

 

¿Ellos ya saben su história?

Sí, la conocen, la han oído en televisión, han leído el libro.

 

¿Pero usted se las ha contado?

No, les cuento en la medida que me preguntan.

 

¿Qué le preguntan?

No preguntan mucho, recuerdo cuando mi hijita tenía 4 años, ella es la que tiene 17 hoy en día y se queda mirándome y me dice: “mamá, ¿tú por qué no tienes papá ni mamá como todo el mundo, y por qué no vienen a visitarte?”, a lo que le contesté: “porque están en el cielo y cuando uno va al cielo, uno se queda en el cielo, es un lugar hermoso, todo es bueno y ellos lo que hacen es esperarlo a uno, a que uno vaya". Ahí me senté con ella, le expliqué qué era el cielo, cómo llegaron al cielo y cómo uno puede rezar y orar para estar juntos.

 

Esa es la história infantil y rosa, pero la historia del odio, ¿la saben ellos?

La verdad les cuento las lecciones, les cuento que si alguien decide ser agresivo, hay que darle espacio. Yo quiero que tengan la oportunidad de ser niños, de ser inocentes, no quiero que vivan mis temores, son niños. Nosotros hemos visitado orfanatos juntos y ellos han visto a niños que perdieron sus padres y saben que en el mundo han pasado y pasan cosas malas.

Cuando lee las noticias de ataques terroristas y guerras, ¿qué piensa? ¿Falta que más víctimas como usted se atrevan a hablar, persuadiendo al mundo de vivir en paz?

Se necesitan personas como tú, que escriban un buen artículo sobre la paz, se necesitan personas como nosotras, que hablemos. Debemos compartir nuestros dones a través de todas las expresiones. No hay que guardarse lo bueno que uno tenga. Las personas que están en paz tienen que compartir su paz, de la forma que sea. Cada vez que veo que pasan cosas malas, no culpo a las demás, lo que hago es sentir que hay que hacer más, soy cristiana y creo que hay que rezar más. Creo que las personas buenas son las que no claudican, no ceden, y siguen haciendo el trabajo bueno.

 

¿Todavía tiene alguna pesadilla que la despierte en las noches?

Nunca las tuve, he tenido sueños de mis padres y donde les digo que me hacen falta. Al despertarme siento la falta que me hacen, hace dos días tuve un sueño donde vi a mis dos hermanos, riéndose con mi hermano mayor, que sigue vivo. Estábamos muertos de la risa, abrazándonos. Ahí me desperté, pero no es que me despierte una pesadilla con gritos, imágenes de matanza, no. Hay que disfrutar el amor sin sentir lástima por mí misma, porque hay muchas otras personas que están viviendo momentos muy difíciles y yo rezo por todos, una parte de mí se mete debajo de la piel de otras personas y eso me ayuda a sanarme, a no tener las pesadillas que otros se imaginan que podría tener con todos esos recuerdos.

 

¿Por qué no vive en Ruanda?

Porque esto es una travesía, me fui a Nueva York trabajando con Naciones Unidas, con el consejo de algunos amigos que me decían: “Vete, olvídate de este país, aquí hay demasiados recuerdos, demasiadas lágrimas”. Y empecé a soñar en irme a vivir a Nueva York, y finalmente me fui, publiqué el libro y encontré la vida que llevo en este momento. Me casé, tuve hijos y voy a Ruanda muy a menudo. No es que me haya ido por completo de mi patria.

 

¿Qué le hace falta de Ruanda? ¿Qué extraña?

Extraño la vida social, la hospitalidad, la calidez de la gente, allá la gente está junta todo el tiempo. Cuando vuelvo, la gente se emociona de verme, me abrazan, me besan, me dicen: “¡Como estás de linda!”.

 

Qué paradoja que lo que me esté describiendo, sea el mismo lugar con el que empezó esta entrevista.

Sí, y es cierto, yo soy la mejor embajadora de la cultura ruandesa y la gente me dice: “¡Oye, estás hablando del lugar donde mataron a tu familia!”.

 

Fotos: David Schwarz.

Por Jairo Dueñas

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