Paisajes borrados: El impacto medioambiental de los conflictos armados en el mundo

Esta es la huella que dejan los conflictos militares sobre el medioambiente: inicia mucho antes que se estalle una guerra, tan solo con la extracción de recursos para la producción de armamento se borran paisajes y ecosistemas enteros.

Por Lina Cepero

01 de febrero de 2024

Según investigaciones del Conflict and Environment Observatory, el medioambiente es la “víctima silenciosa” de todos los conflictos armados.

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Este observatorio fue fundado en 2018 con el objetivo de generar conciencia y explicar algunas de las consecuencias humanitarias y ambientales de las actividades militares: “Nos preguntan frecuentemente cómo los conflictos militares pueden hacerle daño al medio ambiente. Críticamente, el daño ambiental tiene implicaciones tanto para la gente como para los ecosistemas. Esto significa que proteger a los civiles significa, antes que nada, proteger el entorno del que dependen” explica Doug Weir, su director de políticas e investigación. No obstante, históricamente se ha visto que, como bien explica Weir, el entorno natural termina siendo una casualidad secundaria más y que en todas las guerras han primado otros intereses por encima de su protección.

La industria de la guerra con frecuencia utiliza solventes, combustibles y otros productos químicos tóxicos que pueden filtrarse en el medio ambiente, en la tierra y en los cauces de agua, y pueden permanecer allí durante décadas e incluso siglos.

La destrucción del medioambiente empieza antes que se desate la guerra

Construir y sostener las fuerzas militares implica consumir vastas cantidades de recursos, entre ellos, metales, agua, hidrocarburos, además de entrenamiento y la construcción de una infraestructura que requiere altísimos niveles de energía. “Estimamos que las fuerzas militares son responsables del 5.5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta, eso es más que la emisión de los grandes países del mundo combinadas”, comenta Weir, “el impacto de las guerras inicia mucho antes de que empiecen”, agrega. Para nadie es un misterio que la industria de la guerra es una de las más lucrativas del mundo y esto implica que su producción utiliza una dimensión de recursos acorde.

Según datos de la Oficina Internacional de la Paz, más de la mitad de los helicópteros en el mundo son de uso militar, y el 25% del consumo de combustible para aviones es de vehículos militares. Estos vehículos consumen carbono intensamente y sus emisiones son más tóxicas que las de otros vehículos.

•	Según datos de la Oficina Internacional de la Paz, más de la mitad de los helicópteros en el mundo son de uso militar, y el 25% del consumo de combustible para aviones es de vehículos militares. Estos vehículos consumen carbono intensamente y sus emisiones son más tóxicas que las de otros vehículos.

• Según datos de la Oficina Internacional de la Paz, más de la mitad de los helicópteros en el mundo son de uso militar, y el 25% del consumo de combustible para aviones es de vehículos militares. Estos vehículos consumen carbono intensamente y sus emisiones son más tóxicas que las de otros vehículos.

Fotografía por: Pexels

Quedan consecuencias para los suelos y las comunidades

Durante la guerra vemos los efectos más evidentes, sus repercusiones directas sobre los suelos, hábitats y paisajes. Las armas militares, sean o no químicas, tienen la capacidad de devastar amplias extensiones de terrenos y territorios. Además, el constante paso de vehículos, tropas de soldados por desplazamiento o por entrenamiento, junto a las pruebas de armamento pueden alterar dramáticamente la estructura de los ecosistemas. Por ejemplo, cuando se trata de explosiones, es inevitable que se produzcan erosiones que paulatinamente modificarán la capacidad de la tierra de sostenerse y de mantener, entonces, la vegetación que nutre el suelo y que se alimenta de él, por la inevitable pérdida de su microbiota, explica el biólogo y divulgador científico Álvaro Bayón. No solo se pueden producir serios derrumbes y perder bosques enteros, sino que también se puede afectar la estructura y las cualidades que hacen a un suelo vivo, capaz de volver a soportar y sustentar follaje, bosques, selvas, por años e incluso siglos luego de ser arruinados.

Según el Programa de Medio Ambiente de la ONU, el 40% de los conflictos del mundo están vinculados con la explotación de los recursos naturales. Desde 1946 hasta 2010 la guerra ha sido el principal factor que ha permitido predecir la disminución de las especies silvestres.

Además, cuando se trata de armas químicas los efectos son más complicados, como es el infame caso, por ejemplo, de la guerra de Vietnam, en la que se fumigaron campos enteros con agente naranja. La Cruz Roja explica: “A veces, la destrucción ambiental se debe a una estrategia intencionada. En la guerra de Vietnam, el ejército estadounidense roció con productos químicos vastas franjas de selva con el objetivo de devastar los bosques y de esta forma privar de protección a sus fuerzas enemigas. Por otro lado, la guerra civil en Mozambique, que se prolongó durante 15 años, hizo que el Parque Nacional de Gorongosa perdiera más del 90% de sus animales”.

Según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) “entre 3.300 y 3.600 millones de personas viven actualmente en contextos altamente vulnerables al cambio climático, en su gran mayoría, en las zonas más pobres del mundo.” Estas comunidades sufren más directamente los efectos de las guerras y el daño ambiental.

Por último, pero no menos importante, estos derrumbes urbanos o rurales pueden causar polución intensa y dañar la infraestructura sensible de las plantas de tratamiento de agua, sin mencionar la contaminación de los ríos y otros cursos de agua que mueve las consecuencias de la guerra a otras tierras, incluso, como explica Bayón, a lugares lejanos, en ocasiones, ajenos al conflicto. Esto afecta, por supuesto, la agricultura, la ganadería y otras formas de explotación que deriva en el desabastecimiento de servicios ecosistémicos a mediano y muy largo plazo para las poblaciones involucradas. No hay que dejar atrás el desplazamiento de los pueblos, que siempre se da en la guerra y que, con frecuencia, se trata de comunidades marginadas que originalmente protegen esos mismos ecosistemas. Ante todo esto, solo queda reconocer que el impacto militar en los ecosistemas es uno de los más significativos, y que en definitiva, aunque sea una inversión para algunos, a corto, mediano y largo plazo, es un gasto sin retorno para todos.

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Por Lina Cepero

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