50 años a ritmo de MAMBO

Ochocientas exposiciones después de su inauguración, el Museo de Arte Moderno de Bogotá celebra sus bodas de oro. Sus salas fueron testigos de la llegada de la modernidad al país y del desarrollo de una generación de artistas que rompió con la tradición costumbrista. ¡Momentos para enmarcar!

Por Redacción Cromos

22 de febrero de 2013

50 años a ritmo de MAMBO
50 años a ritmo de MAMBO

50 años a ritmo de MAMBO

Poco después de que asumiera la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1969, Gloria Zea tuvo que salvar los 80 cuadros que conformaban la colección de un grupo de estudiantes revoltosos y enardecidos. Durante cinco años las obras se refugiaron en la Universidad Nacional mientras se conseguía un espacio de exhibición propio. Pero un día los jóvenes rompieron a pedradas las ventanas de los edificios y los cuadros quedaron desprotegidos y vulnerables. “En ese momento el museo prácticamente no existía –explicó Zea a CROMOS–. No teníamos sede ni recursos económicos. A mí me entregaron una misión y un sueño, mi labor era materializarlo”. Por eso, cuando vio que la colección corría peligro, se las arregló para alejar esas 80 piezas de las inquietas masas.

La historia del MAMBO se caracteriza por tener anécdotas como esta, en las que sobresalen el coraje, la tenacidad y la constancia de las personas que han estado a cargo de esta fundación privada y han logrado sacarla adelante. Todo empezó con Marta Traba, intelectual y crítica de arte argentina que llegó a Colombia en 1954 después de estudiar en Europa y de contagiarse de las ideas modernas del viejo continente. “En 1905 Picasso presentó Las señoritas de Avignon –cuenta Zea–, una obra determinante que le abrió las puertas a la modernidad, así que era inaudito que en 1960 esa aproximación al arte todavía no existiera en Colombia”. El museo, por eso, era una necesidad y Marta Traba se arriesgó a hacerla realidad.

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Por su osadía, Marta Traba ganó tanto amigos como enemigos. “Ella cuestionó a los artistas clásicos y los dejó en depresión profunda –asegura María Elvira Ardila, quien desde hace diez años es la curadora del museo–. Aunque venía con un discurso vanguardista que le valió el respaldo de mucha gente, también fue atrevida y maltratadora”. A pesar de las enemistades que hizo por su carácter recio y su arrojo, fue gracias a esa personalidad que el sector cultural empezó a creer en la necesidad de tener una institución que valorara el arte contemporáneo. Hoy, cincuenta años más tarde, con una colección de más de 4.200 obras de artistas colombianos y extranjeros, y después de 800 exposiciones nacionales e internacionales, no cabe duda de que Traba iba por el camino correcto. 

 

Un trampolín para el arte

En 1963, Marta Traba inauguró la primera exposición del Museo de Arte Moderno en la primera sede temporal. Se llamó Tumbas y presentó trabajos del artista Juan Antonio Roda. Cinco décadas después, el MAMBO celebrará con una exposición que reúne las mejores piezas de su colección y que se inaugurará el 28 de febrero. Se exhibirán obras que han estado guardadas en la bodega del museo por más de treinta años, entre las cuales se encuentran joyas que recorren la historia del arte nacional desde finales del siglo XIX y que dan a los colombianos la posibilidad de ver trabajos de los artistas internacionales más representativos del siglo XX –como Klee, Picasso, Chagall o Miró–. Junto con esta muestra se publicará un libro con todas las obras de la colección.

Será una muestra representativa de esa transformación cultural que consolidó el museo al servir de medio para la llegada de la modernidad al país. “El MAMBO no solo le otorgó un espacio al arte, también se convirtió en una entidad orientada a coleccionarlo, conservarlo, estudiarlo, interpretarlo y divulgarlo –explica Eduardo Serrano, curador del museo por veinte años–. Desde que abrió sus puertas fue una entidad avanzada y renovadora. Yo, por ejemplo, fui el primer curador de Colombia, al principio la gente me preguntaba qué era lo que yo curaba, pues confundían mi tarea con la de un curandero”.

Serrano empezó a trabajar con Gloria Zea cinco años después de que ella reemplazara a Marta Traba –quien pasó a ser presidente de la junta del museo– y conformaron una dupla extraordinaria. “Hicimos tan buen equipo que ella dice que el nuestro fue su matrimonio más duradero”, confiesa el curador. Juntos hicieron realidad los ideales de modernidad de Traba, a través del impulso de una generación de artistas colombianos que empezaba a darse a conocer y que creció con el museo. “Mi primera exposición en Colombia se dio gracias a Marta Traba, quien me invitó a exponer cuando la sede del museo era en la Universidad Nacional –cuenta Santiago Cárdenas–. Luego, años más tarde, Gloria me pidió que presentara una de las muestras más memorables y relevantes de mi carrera, pues fue en la que empecé a dibujar pizarras. Eso marcó definitivamente mi desarrollo personal y profesional”.

Como Cárdenas, muchos otros artistas crecieron con el Museo y gracias a este fueron visibles y alcanzaron reconocimiento internacional. Fernando Botero, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar, Alejandro Obregón, Édgar Negret, Beatriz González, Carlos Rojas, Manuel Hernández, Feliza Bursztyn, Beatriz Daza y Maripaz Jaramillo hicieron parte de esa generación que tuvo la audacia de salirse de los moldes tradicionalistas y que encontró en el MAMBO un espacio en el que pudo experimentar y expresarse.

 

Tiempos de Gloria

“En estos cincuenta años todo fue gratificante y maravilloso, pero todo fue difícil –recuerda Zea–. Así como hubo momentos mágicos, hubo otros durísimos y desafiantes. Como decía el maestro Eduardo Ramírez Villamizar, cada año nos enfrentábamos a la creación de un mundo, cada año empezábamos desde cero en la lucha por sobrevivir”. En esa pelea por la supervivencia fueron indispensables la fortaleza y la perseverancia de Zea, quien después de la revuelta en la Universidad Nacional logró que, por un tiempo, albergaran las obras en el edificio de Bavaria y unos años en el Planetario, para finalmente, en 1979, inaugurar la sede propia, diseñada por el arquitecto Rogelio Salmona y construida con el cemento que donó el primer esposo de Zea, Andrés Uribe Campuzano.

“La gestión de Gloria ha sido admirable –asegura Ardila–. En su primera exposición temporal como directora trajo al país la obra de Alexander Calder y las primeras piezas que se vieron en el país de Picasso y Chagall. Fue un privilegio”. Esa muestra fue un anuncio de lo que vendría: Goya, Miró, Warhol, Diego Rivera, Rodin, Dalí, Giacometti, Breton, Man Ray, Bacon, Hockney… El MAMBO ha hospedado algunas de las más importantes exposiciones internacionales que han pasado por Colombia.

Después de 44 años de logros a la cabeza del museo, Zea se siente agradecida, orgullosa y satisfecha. Ya no piensa en ampliar esa colección que se armó gracias a la generosidad de artistas y coleccionistas –el MAMBO nunca compró un cuadro–, sino en ampliar el espacio para poder exhibirla. “Ya tenemos obras de todos los artistas colombianos y el arte de las Américas está muy bien representado. A mí no me interesa tener un Tiziano y competir con la National Gallery de Londres o el Museo de Arte Moderno de Nueva York. La colección que hemos conformado habla de lo que somos, así que ahora lo que me motiva es esa construcción de 30.000 metros cuadrados con la que ampliaremos el museo, que hoy tiene 5.000. El MAMBO funciona, como decía el poeta Antonio Machado: ‘Caminante no hay camino, se hace camino al andar’”.

Por Redacción Cromos

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